viernes, 21 de enero de 2011

El Empleo

Cortometraje Argentino que hasta la fecha acuñó 95 premios internacionales y nacionales. Vale la pena verlo.

jueves, 20 de enero de 2011

Muñeca de Papel | Parte 4

Rosita salió corriendo hacia atrás, quiso escapar mientras el calamar con su único ojo dejaba caer sus tentáculos sobre ella y mientras el pez que intentaba hacer una burbuja de acetato como hizo con el León. Cada tentáculo que caía cerca de ella era como un terremoto. Con cada golpe sobre el piso, la niña rebotaba en el aire varios segundos. Sorteaba obstáculos y esquivaba los brazos pegajosos del calamar mientras la Princesa reía a carcajadas. El pez tuvo que huir aleteando por entre los huecos de la maraña de tentáculos. Mientras Rosita escapaba de aquel monstruo marino, no notó que un grupo de muñecos de papel con tambores negros obstruía su huída. Al verlos frenó de golpe. Sus pies quedaron flotando mientras un tentáculo la atrapó. Sus pies patalearon queriendo quedarse en el suelo mientras que sus brazos intentaban liberarse. Comenzó a gritar pidiendo la ayuda de su amigo que luchaba con los muñecos tamborileros metiéndolos en burbujas de acetato.

Una sombra comenzó a cubrir el rostro del calamar que con su único ojo la miraba como a una porción de torta. Su boca con colmillos se abrió como un ventanal. Su lengua color roja de papel metalizado reflejaba la cara asustada de Rosita. La niña miró directamente hacia ese reflejo y notó que una sombra oscura se acercaba agrandándose cada vez mas. Miró al cielo, hacia donde esa sombra negra provenía. El León del Laberinto había derretido la burbuja y caía por los aires. El calamar no lo había notado y el cuerpo fornido del León caía directo hacia él. Rosita estaba cada vez mas cerca de sus fauces. Se relamía cuando el cuerpo del León golpeó directamente en el único ojo que tenía haciendo que sus tentáculos se estremeciesen y soltasen a Rosita. Y con el rebote, el León terminó golpeando y rompiendo una de las ventanas de la Torre de Papel de la Princesa derrumbándola por completo. Al ver eso, la princesa gritó enojada maldiciendo al León que yacía bajo los escombros de papel de lo que alguna vez fue una torre lujosa de papel maché.

En la caída, el Sello Dorado resbaló de su mano. Intentó alcanzarlo en el aire pero fue en vano. La cara del Sello cayó sobre uno de los tentáculos del calamar gigante que gemía por el golpe en el ojo. Al instante el Calamar se convirtió en una estatua. Rosita miró boquiabierta la marca que el sello había dejado… un pez dorado. Sus tentáculos púrpuras comenzaron a transformarse en un gris plomo con vetas negras simulando las estatuas de papel de los niños.

El pez dorado logró atraparla con una burbuja antes que cayera al piso. Explotada la burbuja, la niña corrió hacia el Sello que estaba entre unos pasto de papel lejos del alcance de la princesa. Bernadette estaba dura del asombro. La niña, supo que era lo que tenía que hacer y la malvada princesa comenzó una carrera impiadosa al igual que la niña. La meta la alcanzó entre saltos y piruetas eludiendo tentáculos y pastos malos mientras que su competidora cruzaba a grandes pasos desesperados desde la otra punta del jardín. En cada paso que hacía, nuevos pastos malos con espinas salían por todos lados queriendo impedir el triunfo de Rosita. Algunas espinas arrancaron pedazos de tela de su vestido. El pez continuaba luchando contra aquellos muñecos que habían cambiado su atención y se dirigían en busca del Sello y la niña.
En un esfuerzo de velocidad y agilidad de cuerpo, Rosita llegó segundos antes que la princesa. Y tomando con su mano izquierda el Sello, rodó por entre las piernas de la princesa escapando de sus garras. Espalda con espalda. Ambas giraron y el duelo comenzó.

-¡Es mío! Dámelo y dejaré ir a tu nieta. –dijo entre dientes la princesa.
-No te creo. El Pez Dorado siempre tuvo la razón, nunca fuiste de fiar, debí haberlo escuchado antes. Y este es el momento de ponerle fin a tus maldades. –replicó Rosita con decisión.
-¿Acaso crees que podrás convertirme en estatua como a mi mascota? Jajaja, que ilusa. Soy mas poderosa…
-No lo creo. –interrumpió sarcásticamente mientras varios muñecos se acercaban para apresarla. Giró y de tres golpes convirtió a tres muñecos en simples esculturas de papel. Al ver esto, los demás muñecos huyeron despavoridos.
-No puedes hacer nada… yo… -sin terminar de decir palabra alguna, la princesa intentó salir corriendo por el sendero de estatuas El León rugiente la estaba mirando con ojos de fuego junto al Pez Dorado que burbujeaba globos de acetato transparente impidiendo su huída. -…no, no puedo terminar así. Soy una princesa.
-Ya no. –dijo Rosita mientras sellaba a la princesa de un simple y dulce golpe en la nalga izquierda.
-Esto es suyo Señor León, sólo lo tomé para salvar a mi nieta. –dijo mientras se le acercaba.
-No te preocupes. Ya lo sabía. –repuso el León.
-Antes quisiera probar algo, ¿puede ser? –preguntó Rosita.
El León dejó que Rosita siguiera sus instintos. Caminó hasta las estatuas de los niños y miró detenidamente a su nieta. La observó un poco mas y tomando el Sello con ambas manos, cerró los ojos y selló la frente de la estatua Olivia. Sus ojos se mantuvieron cerrados unos segundos antes de abrirlos para descubrir que nada había pasado. Algo dentro de ella sabía que no lograría convertirla en una niña de carne y hueso. Se sentó sollozando en cuclillas. El pez dorado acercó su rostro y con un beso en la mejilla las lágrimas se evaporaron.
-No temas niña, tu valor, audacia y determinación te valieron un premio aún mayor. Simplemente cree en mí y mis milagros... yo nunca te dejaré de lado. ¿Crees en mis palabras? –preguntó el pez.
-Sí, creo en tus palabras. –respondió.

miércoles, 19 de enero de 2011

Muñeca de Papel | Parte 3

Un soplo de aire frío acarició el rostro de Rosita que despertó sobresaltada buscando a su nieta como si supiera que algo andaba mal. Algo había pasado. Miró alrededor suyo y notó que las cosas estaban mas grandes y lejanas. Miró a su alrededor y vió que todo se había convertido en papel. Incluso el tejido de bufanda. Saltó de la hamaca y corrió hasta el espejo más cercano. Su rostro arrugado se había convertido en piel suave de niña. El rostro reflejado le pareció conocido. Sí, aún la recordaba. Había vuelto a tener diez años. Algo andaba mal, muy mal. Corrió hasta el hall de entrada y junto a la escalera encontró algo aterrador. La puerta de esa habitación que había sellado, estaba abierta. Se acercó y lo vió. El cofre. Parecía que le sonreía reluciente. Un bollo de papel comenzó a moverse. Asombrada siguió sus movimientos hasta notar que el color gris se convertía en dorado. Pensó en el único amigo de papel que pudo recordar. Y allí estaba. El amigo que una vez la ayudó a escapar. Se arrodilló ante él mientras se convertía en un pez dorado de papel glacé.

-Pez dorado. Volviste. –dijo asombrada.
-Volví pero con malas noticias. Debés volver a la Tierra de Papel de la Princesa Bernadette. –dijo el pez entre burbujas.
-¿Por qué? –preguntó desesperada casi conociendo la respuesta.
-Tiene a Olivia. La convirtió en estatua. La tenés que salvar. –respondió el pequeño papel dorado con forma de pez.
-Pero escapé y cerré la habitación. –dijo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
-Escapaste pero no terminaste con ella. Solamente cerraste el cofre sin sacarlo de tu vida. El pasado vuelve y por mas que hayas clausurado la puerta de esta habitación, allí estaba ella, esperando volver. Y resurgir para apresar a tu nieta. Ella sufrió lo que estuviste a punto de sufrir. Es momento de cortar con el pasado. Es ahora o nunca y debés ser vos quien cierre este episodio, esta historia. Yo te ayudaré como siempre te he ayudado y así salvar a tu nieta.
-Perdón, perdoname. –sollozó.
-El perdón es tuyo desde hace mucho. Siempre estaré a tu lado cuidándote y procurando tu bienestar. Ahora sube a mi lomo y agárrate de mis escamas. Haremos un vuelo directo hacia la Tierra de Papel.

En un santiamén, surcando el cielo, el pez dorado y Rosita llegaron a las puertas del jardín de la Torre. Debían estar listos para cualquier cosa. La princesa estaría preparada. No dejaría que nadie le usurpe sus trofeos. Las estatuas eran suyas.
Entraron al jardín prestando atención hacia todos lados. Esperando lo peor. Precavidos y expectantes. Las estatuas de los niños los miraban con súplicas de libertad. Ella les devolvía la mirada con terror porque sabía que una de ellas sería su nieta. Eso la aterraba. Al final de la hilera, un pedestal tenía escrito su nombre y estaba tachado. Asombrada y con miedo de mirar la estatua vió que bajo esa tachadura se leía… “Olivia”. Alzó los ojos con lágrimas que inundaron sus mejillas y la vió. Convertida en una estatua de papel. Su nieta se había convertido en una escultura para divertir el gusto egoísta de Bernadette.

-¡Herrrmosa, tu nieta! Tanto tiempo. ¿Qué te trae por aquí?. –preguntó la princesa asustando a la niña al aparecérsele por detrás mirándola con ojos negros. Ya no era la dulce muñeca de papel. Se había convertido en una oscura bruja de cartulina negra.
-Devolveme a mi nieta o…
-¿O qué? –interrumpió con un chillido.
-Convertime a mí en vez de a ella, dejala libre. –suplicó Rosita entre sollozos y lágrimas.
- Mmm, quizás puedas hacer una tarea para mí. Sí. Traeme el Sello Dorado que está en el centro del Laberinto, quizás lo piense y deje libre a tu nietita. ¿Qué dices? –propuso la bruja.
-Trato hecho.
-Trato hecho. Aquí te esperaré. –dijo mientras se desvanecía ante ellos.

Juntos, salieron hacia el laberinto que los esperaba. Cruzaron el jardín, pasaron por la fuente y llegaron a la puerta. El laberinto era gigantesco, tardarían mucho en llegar al centro, pero estaba decidida. No había imposibles en su vida y menos junto al Pez Dorado. Sin embargo, ninguno había entrado antes. No conocían que trampas o secuaces de la bruja podrían encontrar. Pero no les importó, entraron confiados y dispuestos a vencer.

La entrada era amplia y tenebrosa. No tuvieron miedo. Entraron como una tropa de soldados que se dirige a la guerra. Recorrieron los pasillos de paredes de cartón y cartulina verde. Caminaron hasta que sintieron una brisa cálida cruzar por el pasillo. Miraron hacia atrás y pudieron ver el fulgor de unas llamas que se acercaban. El calor intenso la sobresaltó. Asustada comenzó a correr con todas las fuerzas mientras que el pez la seguía. Se escondieron en una esquina y observaron. Una cola larga con pelo cruzó por delante de sus ojos. Un león rugiente escupiendo fuego. Salieron de su escondite y siguieron corriendo sin saber a donde, estaban perdidos en medio del laberinto. Sus pies cruzaron mil baldosas mientras sus ojos se enjugaban de lágrimas con cada pensamiento que tenía hacia Olivia. Cansada y con los pies doloridos, frenó su carrera mirando hacia atrás para ver si ya estaba lejos del alcance de aquel León. Para su sorpresa, el pez dorado había desaparecido. Se había perdido. En la carrera se separaron. Estaba sola. El miedo la invadió pero lo soportó y decidida comenzó a caminar. A lo lejos vió un fulgor azulado. Allí debía estar. Lo había encontrado. Un claro en medio del laberinto con sillas antiguas de papel la esperaban. Al fin pondría todo en su lugar y terminaría aquella historia que se convertiría en un episodio olvidado de su vida. Ése había sido el momento. Era ahora o nunca.

El sello se encontraba dentro de un frasco de cristal rodeado de caramelos multicolores. Un rectángulo de cartón gris lo sostenía como los pedestales de las estatuas. Se acercó. A lo lejos un rugido caliente inundó los pasillos del laberinto. ¿Dónde estará el pez dorado? ¿Se lo habrá comido? La pequeña Rosita tomó en sus manos el frasco y lo destapó con todas sus fuerzas. El olor dulce era embriagador. Inhaló ese aire suave que se abrió paso por sus pulmones. Se sintió flotando en medio de nubes de algodón de azúcar. ¡Cómo le gustaban! Quería comerse uno ahí mismo. Cerró los ojos y volvió a inhalar. Manzana acaramelada con pochochos. Su estómago rugió pidiendo sólo uno. Abrió los ojos y los vió. Multicolores. Todos los colores del arco iris se juntaban en esos caramelos. Debían ser exquisitos. Tomó con sus dedos uno de color violeta tornasolado.

Un aire caliente la sorprendió con el caramelo casi en su boca. Se había olvidado del León. Estaba perdida. Había perdido la noción del tiempo disfrutando los olores melosos de los caramelos. Giró y lo miró con lágrimas que inundaron su rostro.
El león apostó sus patas delanteras a ambos lados de la niña mientras ella se acurrucaba y abrazaba esperando lo peor. Las fauces se abrieron sobre su cabeza y un aliento cálido la rodeó entera. Sus ojos se cerraron. El calor fue intenso.
Un párpado delicado se abrió mostrando un ojo temeroso. No lo podía creer. En aquel momento estaba pensando en ese pez dorado que la había salvado y ayudado. Y allí lo volvió a ver. Frente a ella, extendiéndole ayuda del corazón. De un salto lo abrazó y lo besó en sus escamas metalizadas.

-¡Gracias! ¿Qué pasó con el León? ¿Dónde está? –preguntó curiosa.
-Surcando el cielo en una de mis burbujas. –respondió señalando el cielo donde una burbuja de acetato transportaba un León rugiente. –Ya tenés el sello. Esos caramelos son un arma de doble filo. La tentación es mucha pero si tu corazón es fuerte, tienes la victoria.
-¡Sí! Vamos. –exclamó Rosita mientras tiraba al piso el frasco de caramelos que se hizo añicos desperdigando una lluvia de papelitos de colores.
-Sube a mi lomo y agárrate de mis escamas, conozco la salida mas rápida.

Rosita montó sobre el pez y en un simple instante de pensamiento ambos estaban a la entrada del Laberinto. Se desmontó y salieron disparados hacia el jardín de la princesa donde estaba las estatuas. Al fin tenían el Sello Dorado. Lo miró detenidamente pensando para qué querría un sello. No parecía tener ninguna marca en particular. El mango era dorado. Lo dio vuelta para ver el dibujo en la goma, que era de cartón, pero nada, era liso. Eso la confundió aún mas. ¿Qué sentido tenía un sello sin dibujo para sellar? Sin prestarle mucha atención se pusieron en marcha.
En el jardín, junto a las estatuas, Bernadette los esperaba de brazos cruzados mientras que los dedos de la mano derecha golpeaban sobre el codo del brazo izquierdo, en clara señal de espera y fastidio. Sus ojos tenían algo distinto, Rosita lo había notado. Pero, ¿por qué? No se lo imaginaba y tampoco lo sabría. Sin embargo, algo estaba distinto. Se olía en el aire. La princesa estaba preocupada. ¿Preocupada por el Sello Dorado? Pronto lo sabría.

-El Sello Dorado… ¡dámelo! –gritó con llamas en los ojos mientras crecía en tamaño y se inclinaba sobre la niña extendiendo los largos y finos dedos de la mano.
-Antes soltá a mi nieta. Así lo pactamos. –repuso Rosita apretando el Sello contra su pecho.
-Mmm… primero dámelo y después será libre.
-No te creo, quisiste que fuésemos a buscar un Sello en un laberinto con un León que escupe fuego, seguro quería que nos queme, ¿no es cierto?
-Claro que no, odio a ése León, es el único al que no soporto… junto a ése pez amigo tuyo. –dijo Bernadette mientras en medio del jardín, silenciosamente, un montículo de tierra azulado se elevaba junto a varios brotes de plantas. –Además, no tengo porqué mentirte, ¿o sí?
-Mmm… primero liberala.
-Jajajaja, ¡a ella! –gritó mientras un calamar gigante emergía de en medio de la fuente con varios tentáculos desperdigados por el aire.

Mordiscos

El gato giró los ojos hacia la puerta que se abría. Bajó de la combi y allí sus miradas se cruzaron. Estaba golpeado y ensangrentado. A duras penas se podía mover. Agonizaba.

Su mente registró aquella imagen. Una vez en su casa, se cambió de ropa, tomó una manta del armario y salió. No tardó mucho. El gato seguía en el mismo lugar donde lo había dejado. Su pequeña cabeza volvió a moverse al sentir su presencia. Esos ojos cristalinos lo miraron suplicantes.

Arrojó la manta sobre el gato. En sus brazos sólo era una hoja de papel a punto de resquebrajarse. Los latidos eran leves pulsaciones como sus esporádicos movimientos. El gato había sufrido un feroz ataque de algún perro, seguro de la casa tomada.

Las personas de la casa tomada habían traído un perro negro y violento. Cuando se dice que los perros son el fiel reflejo de sus amos, no hay que discutirlo. Así es. Cada uno que osaba pasar frente a la reja, el perro ladraba mordiendo cualquier cosa frente a su hocico. Era malo. Su violencia se había originado en los golpes certeros de una vara de madera verde. Eso sí dolía, el perro lo podía asegurar.

Llegó a la veterinaria y el doctor puso al animal sobre la mesa de operaciones. Estaba lastimado por ambos costados. La pata delantera izquierda había recibido la mayor cantidad de mordidas. Tenía la pata quebrada en varias secciones. La cola estaba desgarrada. Varias costillas estaban rotas. Una de las orejas estaba despedazada por la mitad. Sus ojos estaban perdido en el dolor. Aquello no había sido una pelea, había sido un abuso de mordiscos.

El veterinario trabajó una hora sin descanso. Él observaba al animal que resignado soportaba el trabajo del doctor. Otra no le quedaba. Prefería irse. Se dejaba ir pero algo lo mantenía sobre esa mesa. Era la mano del Doctor. Ambos se miraban mientras el doctor trabajaba. Sabían que este era el principio de muchas intervenciones. Él ni siquiera le gustaban los gatos. Algo dentro suyo le urgió a salvarlo. O por lo menos intentar.

El doctor le dió unas pastillas y una palmada. Le había salvado la vida y ahora era su responsabilidad.

Su esposa lo esperó con bronca. No le había dicho nada y ella no sabía donde estaba. Estaba nerviosa. Temió por su marido. La mujer comenzó a despotricar pero los gritos murieron con la imagen de un par de ojos cristalinos.

martes, 11 de enero de 2011

Una burbuja de mi niñez


Una niñez pasada y perdida volvió a nacer. Hoy vi una burbuja transitar entre personas caminando por una calle de Microcentro. Los autos avanzaban mientras que la burbuja sorteaba cabelleras, hombros y cigarrillos. Aquella burbuja captó mi atención. El reflejo de aquella pequeña era hermoso. No sé que le habrá pasado en su viaje, entré al supermercado chino frente al edificio donde trabajo. Quizás habrá llegado hasta Callao o quizás haya sido víctima de la violencia de un auto en Libertad. Quizás se elevó hasta el cielo de las burbujas o simplemente quedó archivada en un escaparate de burbujas perdidas. No sé. Pero quiero recordarla como un contenedor transparente y jabonoso de algún deseo. Quizás sea un anhelo expresado al aire o un suspiro por esa persona que no está o que aún no llegó. Lo único que sí sé, es que aquel contraste entre el cemento, el calor y la momentaneidad de este tiempo chocó contra la realidad efímera de una burbuja perdida en una calle porteña. A pesar de su corta vida, esa burbuja me trajo gratos recuerdos de mi niñez. Recuerdos cuando jugaba con agua mezclada con detergente e introducía aquel aparatito que al desprender de mis labios aire, ése aire se transfiguraba en formas circulares de distintos tamaños y reflejos. Hoy es un día en que mi niñez volvió a vivir. Esos días en que no habían tareas, objetivos, trabajo, cuentas que pagar, jefes, tránsito y una pesadez que aplasta si no estamos bien firmes. Aquellos días joviales llenos de amor, deseos, sueños, anhelos y la incansable necesidad de ingerir mielsitas y naranjú, hoy han vuelto a la vida gracias a esa pequeña burbuja que ví perdida en un horizonte de concreto. Hoy elevo una oración hacia esa pequeña burbuja que supo captar mi atención.

viernes, 7 de enero de 2011

Muñeca de papel | Parte 2

Recibió a su nieta Olivia por un fin de semana largo. El tiempo no era el mejor, habían anunciado lluvia y tormenta. Sin embargo, Olivia amaba mucho a su abuela y quería pasar ese fin de semana junto a ella y las historias que le contaba.
Era viernes y el cielo estaba teñido con un gris topo. Olivia, sin embargo, estaba feliz por tener a su abuela cerca. La abrazaba, la llenaba de besos y no la dejaba sola ni un segundo. A la abuela Rosita le encantaba sentirse amada por la niña. Le gustaba tanto que siempre que su nieta la visitaba, se sentaba en su hamaca y mientras se mecía en ella, tejía para la niña. Una bufanda, un saquito, un gorro. De todo. Se amaban mutuamente. Ese mismo día transcurrió dentro de la casa, el meteorólogo del noticiero había pronosticado lluvias torrenciales y alerta meteorológica.
Por la tarde, después de un suculento almuerzo de albóndigas con salsa y arroz, la niña y su abuela se dirigieron a la sala de estar para sentarse y descansar de semejante comida. La abuela tomó las agujas de tejer y comenzó una bufanda rosa y celeste para la niña. Mientras tejía, la niña escuchaba la historia que le relataba. Estaba muy atenta, tan atenta que ninguna de las dos habían notado que fuera de la casa una lluvia torrencial caía sin cesar. Olivia en medio de la historia se paró y se dirigió a la ventana a ver cómo llovía. En ese momento, la abuela se quedó dormida. La alegría la había desbordado y la dejó cansada.
Olivia, se volvió hasta la abuela que roncaba bajito. Probó llamándola, tocándole el hombro, moviéndola un poquito y hasta tapándole la nariz. Estaba profundamente dormida. Decidió recorrer la casa sin hacer ruido para que su dulce abuela pueda descansar y así levantarse y hacerle strudel.
Al soltar los dedos de la nariz, notó un pedazo de papel en el umbral de la sala. Se acercó y al levantarlo, descubrió alegremente que era el dibujo de una cartera. No sabía para qué o donde usar aquel dibujo. Al guardar la cartera en el bolsillo de su buzo canguro, notó otro papel cerca de la escalera en el hall de entrada. Levantó aquel papel y para su asombro, estaba el dibujo de un sombrero. Parecía viejo, como antiguo. Lo guardó y como un sendero de migajas encontró varios papeles mas que terminaban frente a una pared. Con sus pequeños y delicados dedos tomó varios papelitos que tenían diversos dibujos. Notó que eran accesorios y ropas de mujer. Recordó que su abuela le había contado que cuando ella era pequeña jugaba con muñecas de papel intercambiando su ropa. Sacó todos los papeles que tenía guardados y frente a esa pared, se sentó cruzada de piernas para jugar. Mientras movía los papelitos queriendo armar la figura, escuchó un ruido. El ruido de un papel rompiéndose. Abrió los ojos grandes como dos huevos fritos color celeste y blanco. Miró hacia los costados y hacia atrás. Nada. Otro ruido pero metálico retumbó detrás de aquella pared. Cuando Olivia acercó su oreja a la pared, notó que el empapelado de la pared estaba roto. La rasgadura se encontraba arriba de todo. Estiró los brazos. Saltó lo mas alto que pudo y lo atrapó fuertemente en sus manos despegando todo el empapelado de la pared.
Para su asombro, una puerta sin picaporte estaba frente a ella. Miró a través de la cerradura y en medio de la oscuridad vió un reflejo plateado. La curiosidad la atrapó e intentó abrir la puerta introduciendo las puntas de sus dedos en la hendidura que se hacía entre la puerta y el marco. Intentó pero nada sucedió. Decidida, volvió a visitar la cocina. Al cabo de unos ruidos de cajones y cubiertos golpeándose entre ellos, volvió frente a la puerta con una cuchara. Utilizando el mango de la cuchara hizo palanca y la puerta se abrió completamente cayendo de cola junto con la cuchara que salió volando.
Observó la oscuridad atentamente. En el piso el reflejo plateado que había visto volvió a encandilarla. Caminando en cuatro patas se fue acercando al umbral de la habitación secreta. Se levantó y buscó a tientas el interruptor de la luz. Después de varios manotazos, toda la habitación se bañó de luz. Miró asombrada toda la habitación que parecía nueva, reluciente, lista para estrenar. Entró hasta el medio de la habitación y con un giro de bailarina mirando hacia el techo vió todo a su alrededor. Un poco mareada se sentó con las piernas cruzadas. Algo la molestaba en uno de los cachetes de la cola. Metió la mano bajo el pantalón y sacó una llave plateada y hermosa. Tallada con flores y mariposas.
Confundida, miró alrededor de la habitación buscando donde introducir la llave. No encontró nada excepto la puerta hacia donde se dirigió para ver si funcionaba. Pero no fue así, la llave era muy pequeña para aquella cerradura. Al volver hacia el centro de la habitación, encontró un cofre de madera con incrustaciones de bronce que tenía una cerradura. Podía haber jurado que antes no estaba. El ojo de la cerradura era el indicado. Abrió el cofre esperando encontrar joyas, cartas de amor o alguna reliquia familiar. Sin embargo, desanimada, encontró el cuerpo de una mujer dibujado en un papel. La tomó en sus manos y la miró detenidamente.

-Una muñeca de papel. –exclamó llevándola hasta donde estaba la ropa y los accesorios.

Comenzó a vestirla con todos los papeles inventando todo tipo de modas. Un sombrero con flores con una minifalda negra, zapatillas, una bolsa de supermercado, un pantaloncito corto, etc. Armó muchas combinaciones hasta que dio con una que a ella le encantó. Un vestido largo y negro con frunces de tul, zapatos de tacón mediano, un sombrero pequeño con plumas de pavo real y un chal de encaje color bordó con perlas. Le encantaba y sentía que ésa era la ropa para la muñeca. Así de simple la levantó en el aire y la observó con una sonrisa. Mientras la tenía entre sus manos, la observaba alegremente hasta que un guiño de ojo de la muñeca hizo que del susto la soltase como si estuviera en llamas.
Se escuchó un “Ay” apagado mientras aquella muñeca de papel se incorporaba con vida. La muñeca de papel… estaba viva.
-Ay, me soltaste. Por suerte no rasgué mi vestido. Gracias por ponerme mi ropa. Hacía mucho que no la usaba. –dijo la muñeca mientras acomodaba su vestido.
-Hola. –dijo tímidamente.
-Hola, soy la Princesa de la Torre de Papel, Bernadette es mi nombre. –se presentó con una reverencia.
-Hola, soy Olivia. ¿Sos Princesa? –preguntó asombrada, ya no estaba asustada, era una simple muñeca de papel. Pensó en aquella Torre de Papel con juguetes, golosinas y muchas cosas mas.
-Si. ¿Querés conocer de donde vengo? Es un mundo fascinante lleno de magia, donde todo es de papel y tiene vida. Mi torre está repleta de juegos, golosinas, tortas… hasta podemos hacer una fiesta de té, tengo todo preparado. Podés ser mi doncella ¿querés?
-¡Si! Quiero. Dale vamos. –exclamó con alegría. Sería una doncella como en los cuentos de su abuela.
-Bueno, entonces cierra los ojos y cuando yo te diga das un paso hacia delante y dos pasos hacia atrás, tres veces, ¿si? –dijo la princesa Bernadette.
-¡Sí! –exclamó feliz.
-Ahora da los pasos. –le dijo mientras Olivia comenzaba con aquellos pasos tal cual la princesa le había dicho. Con el último paso, una brisa peinó sus cabellos y escuchó la voz de Bernadette. –Abre tus ojos.

La doncella Olivia y Bernadette se encontraban en medio de un claro rodeado de árboles de papel. La princesa había dejado de ser una pequeña muñeca, en su tierra, era aún mas alta que la niña. En aquel lugar parecía una majestuosa reina. Comenzaron a caminar entre los árboles de papel glacé hasta que llegaron al límite del bosque que estaba en lo alto de una colina. Desde allí, miraron todo alrededor. A lo lejos había una torre alta de papel que se perdía entre las nubes. Un jardín de flores multicolores rodeaba la torre, donde una fuente lanzaba chorros de agua de papel azul transparente. Mas allá se podía observar un laberinto de arbustos altos como la princesa. En el centro de ese lugar se podía ver un círculo limpio con un fulgor azulado. Olivia no quiso preguntar sobre esa luz para no quedar como curiosa. Bajaron la colina hasta la entrada del jardín. Era magnífica, rejas de papel forjado con arabescos que nunca antes había visto. Estaba fascinada, saltaba y danzaba de alegría por estar en ése lugar tan espléndido. Su sonrisa se había convertido en una gigantesca mueca de alegría. Bernadette la observaba sonriente y atenta a los movimientos de la niña. El sendero era largo y sinuoso. A los costados una serie de estatuas de niños la miraban. Olivia dejó de danzar y miró esas rígidas esculturas de papel que sobre un pedestal la invitaban a mirarlas como si quisieran decirle algo. Algo importante.

-Son todos niños. –observó Olivia.
-Sí, es que me encantan los niños. –rió la princesa.
-Allá hay un pedestal que no tiene escultura. Creo que está escrito algo y tachado. –notó la niña mientras daba saltos para acercarse más y así leer lo que había sido tachado. Antes que pudiese llegar, Bernadette, se paró delante de aquel pedestal en un abrir y cerrar de ojos, tapandolo todo.
-No te preocupes, pronto tendré otra. Es que… se me acabó el papel mágico para las esculturas y todavía no pude ir al Mercado del Papelero Mágico. –respondió astutamente.
-Ah, ¿queda lejos ese mercado? –preguntó mientras intentaba ver detrás de lo que el vestido de la princesa ocultaba.
-Sí, hay que cruzar las montañas hasta el Pueblo Títere y viajar por el Río Maché hasta el Desierto de los Extravaganzas y seguir hasta la Puerta del Rompecabezas que es donde el Soldado Papel Condecorado te guía hasta la entrada del Mercado.
-Parece muy lejos. ¿Podemos ir? Quiero conocer todo este reino de papel. Me encanta. –sonrió la niña intentando ver lo que la princesa ocultaba.
-Bueno, está bien, pero después de nuestra tarde de té. ¿Querés? Tengo todo preparado en el jardín de mi torre, donde bajo un alero una mesa de dulces nos esperan. –dijo la princesa guiñándole un ojo a la pequeña. Luego tomándola del hombro la condució hasta la Torre donde bajo un alero efectivamente una mesa con dulces, tortas, masas secas, alfajores y golosinas de todos los sabores las esperaban. Los ojos de Olivia se abrieron al ver tantas cosas ricas sobre la mesa. Recorrió toda la mesa mirando de cerca cada una de las sabrosas golosinas. No lo podía creer, todas esas ricuras para ella sola. Las volvió a mirar y con un poco de tristeza notó que también eran de papel. Pero antes que Olivia pudiese preguntarle sobre la comida, Bernadette le respondió. –No te preocupes, parecen de papel pero tienen sabor a comida de verdad. Es que es el papel mágico que te conté. ¿Te acordás?
-Sí. ¡Que rico! ¿Puedo comer?
-Claro, siéntate y disfruta de todo mientras voy a buscar lo más importante. –dijo la princesa yendo dentro de la Torre.
-¿Qué es mas importante que todas estas golosinas? –preguntó.
-El té sabor a multicolores mágico. Te va a encantar.
-Buen… munch… ísim… munch… o. –exclamó la niña mientras comía una porción de torta de merengue mágico.

Una vez dentro de la Torre, la princesa se dirigió hacia la cocina donde preparó el té con los condimentos mágicos que siempre le daba a los niños. Mientras tanto, la niña continuaba comiendo a diestra y siniestra cuantas golosinas, tortas y alfajores podía. De la nada, escuchó una voz.

-El té no es bueno.
-¿Quién dijo eso? –preguntó la niña mientras sus ojos giraban hacia todos lados.
-Fui yo. –dijo un pez que apareció de la nada.
-¿Un pez que habla? Este lugar es maravilloso. –dijo contenta mientras comía alfajores.
-Deberías tener más cuidado. La princesa no es buena, ella te quiere para hacerte estatua como hizo a los demás niños. –dijo el pez girando a su alrededor.
-¿Qué? No puede ser, ella es muy buena, mirá toda la comida que me preparó, además que me puede hacer, es de papel. –respondió. A lo lejos unos pasos se escucharon y el pez desapareció entre burbujas.
-Todo lo que brilla no es oro. –dijo por último la voz.
-¿Con quien hablabas mi pequeña Olivia? –preguntó dulcemente mientras traía en sus manos una bandeja con una tetera y una taza.
-Con un pez dorado.
-¡¿Qué te dijo?! –gritó enojada. –Perdón, es que me ponen mal muchos de los habitantes de este reino.
-¿Por qué? –preguntó curiosa.
-Es que las princesa somos las mas envidiadas. Todos te van a hablar mal de mí porque no soportan que sea una princesa y ellos no. Tienes que tener cuidado, te van a decir mentiras. Por eso siempre estoy haciendo amigos… me siento sola.
-Ya no estás mas sola, acá estoy yo. –rió viendo cómo le servía el té.
-Tómalo todo, así podrás seguir comiendo. Como es mágico, nunca se va a acabar y nunca te vas a empachar. Hasta la última gota. –explicó.
-Mmm, que rico. –dijo la niña mientras sostenía el tazón y sorbió todo el té multicolor.

miércoles, 5 de enero de 2011

Muñeca de Papel | Parte 1

Las escaleras de la torre se habían convertido en una historia sin fin, como una cinta eterna. Una niña corría bajando aquella escalera. Los escalones se tambaleaban bajo sus pies y mas de una vez estuvo cerca de caer rodando. Una llave plateada estaba prisionera en su mano derecha. Su respiración era entrecortada y su rostro estaba blanco como un susto. La niña comprendió por primera vez lo que era huir por su vida. Debía llegar cuanto antes al umbral que la había visto cruzar. No estaba cerca pero debía lograrlo. Aún tenía pedazos de papel amarrados a sus brazos que intentaba sacarse mientras bajaba por aquella torre.
Bajó los siete pisos de la Torre de Papel.
La puerta principal quiso impedir que saliera con trabas que cerraban su paso. Sería apresada por siempre. Un brillo dorado proveniente del exterior derrumbó aquella puerta convirtiéndola en papel picado.
Y allí lo encontró, esperando por ella para salvarla. Flotando en medio del aire liviano de aquel lugar. Esperando por una pequeña niña que depositó su confianza sin haberlo conocido antes. Sólo había bastado una mirada de inocencia para darse cuenta que siempre podría contar con él. Un pez dorado de papel glacé.

-Sube a mi lomo. Te llevaré hasta el umbral. –dijo el pez mientras que se agrandaba su cuerpo.
-Gracias.–dijo la niña mientras saltaba desde los escalones del pórtico hasta el lomo del pez.
-En marcha. –dijo burbujeante.

El pez remontó vuelo a través de las nubes, cruzando toda la tierra. Abajo se podían ver todas las regiones de aquel mundo de paisajes de papel doblado. Cruzó las nubes de papel secante y atravesó el cielo hasta llegar a un desierto blanco. Mientras descendían, un corte en el paisaje se abría como una hendidura hecha por una filosa hoja de trincheta. Una línea vertical se abrió iniciándose desde el piso hasta una altura prudente donde giró hacia la derecha formando una “L” al revés. Cuando arribaron, el corte se había hecho completo. La lamina cortada de paisaje se tambaleó y cayó suavemente formando una onda hasta convertirse en una especie de puente. Bajo el puente, una cinta celeste apareció como formando un pequeño riacho de peces multicolores. Mientras Rosita miraba cómo todo esto sucedía, una ráfaga helada cruzó frente a ella. Retrocedió.
Allí frente al puente, un muñeco con un tambor negro se interpuso en su camino. El pez, emitió una burbuja de acetato transparente hacia aquel muñeco ciego que repiqueteaba cada vez mas fuerte su tambor. La niña estaba hipnotizada por los sonidos graves del tambor. La burbuja lo atrapó y el sonido del tambor cesó elevando al muñeco hacia el cielo.
La niña volvió en sí y vió cómo el muñeco se alejaba surcando aquellos cielos de colores. El pez la incitó a cruzar el umbral. Intentó cruzar pero no pudo. Con cada intento se golpeaba con una lamina invisible. El pez extrañado pero inteligente y rápido como una liebre, emitió de su boca una burbuja que atrapó a la niña dejando caer la llave al riacho. La llave se perdió en el fondo mientras un cardúmen de peces de colores se arremolinaba a su alrededor. Con un soplo de brisa de los labios del pez, la burbuja con la pequeña dentro cruzó el umbral.

La habitación había vuelto a la normalidad. Cayó sobre el tapete después que la burbuja desapareciera. El cofre de madera con incrustaciones de bronce se cerró de golpe. El cerrojo se trabó dejándolo completamente sellado. Estaba a salvo. Ya no tenía porqué huir. Ahora debía poner manos a la obra y terminar con aquello. Salió corriendo de la habitación como un rayo y se dirigió hacia el galpón. Tomó todos los elementos que necesitaba y puso manos a la obra. Pegamento y empapelado. Comenzó a empapelar tapando la pared y la puerta convirtiendo esa habitación en un lugar olvidado y sepultado. Cansada escuchó la voz de su madre que la invitaba a tomar la merienda. Café con leche y tostadas untadas con manteca y miel. Pronto aquel episodio en la vida de Rosita quedaría olvidado y sellado como aquella habitación de su casa.

Continuará...