viernes, 7 de enero de 2011

Muñeca de papel | Parte 2

Recibió a su nieta Olivia por un fin de semana largo. El tiempo no era el mejor, habían anunciado lluvia y tormenta. Sin embargo, Olivia amaba mucho a su abuela y quería pasar ese fin de semana junto a ella y las historias que le contaba.
Era viernes y el cielo estaba teñido con un gris topo. Olivia, sin embargo, estaba feliz por tener a su abuela cerca. La abrazaba, la llenaba de besos y no la dejaba sola ni un segundo. A la abuela Rosita le encantaba sentirse amada por la niña. Le gustaba tanto que siempre que su nieta la visitaba, se sentaba en su hamaca y mientras se mecía en ella, tejía para la niña. Una bufanda, un saquito, un gorro. De todo. Se amaban mutuamente. Ese mismo día transcurrió dentro de la casa, el meteorólogo del noticiero había pronosticado lluvias torrenciales y alerta meteorológica.
Por la tarde, después de un suculento almuerzo de albóndigas con salsa y arroz, la niña y su abuela se dirigieron a la sala de estar para sentarse y descansar de semejante comida. La abuela tomó las agujas de tejer y comenzó una bufanda rosa y celeste para la niña. Mientras tejía, la niña escuchaba la historia que le relataba. Estaba muy atenta, tan atenta que ninguna de las dos habían notado que fuera de la casa una lluvia torrencial caía sin cesar. Olivia en medio de la historia se paró y se dirigió a la ventana a ver cómo llovía. En ese momento, la abuela se quedó dormida. La alegría la había desbordado y la dejó cansada.
Olivia, se volvió hasta la abuela que roncaba bajito. Probó llamándola, tocándole el hombro, moviéndola un poquito y hasta tapándole la nariz. Estaba profundamente dormida. Decidió recorrer la casa sin hacer ruido para que su dulce abuela pueda descansar y así levantarse y hacerle strudel.
Al soltar los dedos de la nariz, notó un pedazo de papel en el umbral de la sala. Se acercó y al levantarlo, descubrió alegremente que era el dibujo de una cartera. No sabía para qué o donde usar aquel dibujo. Al guardar la cartera en el bolsillo de su buzo canguro, notó otro papel cerca de la escalera en el hall de entrada. Levantó aquel papel y para su asombro, estaba el dibujo de un sombrero. Parecía viejo, como antiguo. Lo guardó y como un sendero de migajas encontró varios papeles mas que terminaban frente a una pared. Con sus pequeños y delicados dedos tomó varios papelitos que tenían diversos dibujos. Notó que eran accesorios y ropas de mujer. Recordó que su abuela le había contado que cuando ella era pequeña jugaba con muñecas de papel intercambiando su ropa. Sacó todos los papeles que tenía guardados y frente a esa pared, se sentó cruzada de piernas para jugar. Mientras movía los papelitos queriendo armar la figura, escuchó un ruido. El ruido de un papel rompiéndose. Abrió los ojos grandes como dos huevos fritos color celeste y blanco. Miró hacia los costados y hacia atrás. Nada. Otro ruido pero metálico retumbó detrás de aquella pared. Cuando Olivia acercó su oreja a la pared, notó que el empapelado de la pared estaba roto. La rasgadura se encontraba arriba de todo. Estiró los brazos. Saltó lo mas alto que pudo y lo atrapó fuertemente en sus manos despegando todo el empapelado de la pared.
Para su asombro, una puerta sin picaporte estaba frente a ella. Miró a través de la cerradura y en medio de la oscuridad vió un reflejo plateado. La curiosidad la atrapó e intentó abrir la puerta introduciendo las puntas de sus dedos en la hendidura que se hacía entre la puerta y el marco. Intentó pero nada sucedió. Decidida, volvió a visitar la cocina. Al cabo de unos ruidos de cajones y cubiertos golpeándose entre ellos, volvió frente a la puerta con una cuchara. Utilizando el mango de la cuchara hizo palanca y la puerta se abrió completamente cayendo de cola junto con la cuchara que salió volando.
Observó la oscuridad atentamente. En el piso el reflejo plateado que había visto volvió a encandilarla. Caminando en cuatro patas se fue acercando al umbral de la habitación secreta. Se levantó y buscó a tientas el interruptor de la luz. Después de varios manotazos, toda la habitación se bañó de luz. Miró asombrada toda la habitación que parecía nueva, reluciente, lista para estrenar. Entró hasta el medio de la habitación y con un giro de bailarina mirando hacia el techo vió todo a su alrededor. Un poco mareada se sentó con las piernas cruzadas. Algo la molestaba en uno de los cachetes de la cola. Metió la mano bajo el pantalón y sacó una llave plateada y hermosa. Tallada con flores y mariposas.
Confundida, miró alrededor de la habitación buscando donde introducir la llave. No encontró nada excepto la puerta hacia donde se dirigió para ver si funcionaba. Pero no fue así, la llave era muy pequeña para aquella cerradura. Al volver hacia el centro de la habitación, encontró un cofre de madera con incrustaciones de bronce que tenía una cerradura. Podía haber jurado que antes no estaba. El ojo de la cerradura era el indicado. Abrió el cofre esperando encontrar joyas, cartas de amor o alguna reliquia familiar. Sin embargo, desanimada, encontró el cuerpo de una mujer dibujado en un papel. La tomó en sus manos y la miró detenidamente.

-Una muñeca de papel. –exclamó llevándola hasta donde estaba la ropa y los accesorios.

Comenzó a vestirla con todos los papeles inventando todo tipo de modas. Un sombrero con flores con una minifalda negra, zapatillas, una bolsa de supermercado, un pantaloncito corto, etc. Armó muchas combinaciones hasta que dio con una que a ella le encantó. Un vestido largo y negro con frunces de tul, zapatos de tacón mediano, un sombrero pequeño con plumas de pavo real y un chal de encaje color bordó con perlas. Le encantaba y sentía que ésa era la ropa para la muñeca. Así de simple la levantó en el aire y la observó con una sonrisa. Mientras la tenía entre sus manos, la observaba alegremente hasta que un guiño de ojo de la muñeca hizo que del susto la soltase como si estuviera en llamas.
Se escuchó un “Ay” apagado mientras aquella muñeca de papel se incorporaba con vida. La muñeca de papel… estaba viva.
-Ay, me soltaste. Por suerte no rasgué mi vestido. Gracias por ponerme mi ropa. Hacía mucho que no la usaba. –dijo la muñeca mientras acomodaba su vestido.
-Hola. –dijo tímidamente.
-Hola, soy la Princesa de la Torre de Papel, Bernadette es mi nombre. –se presentó con una reverencia.
-Hola, soy Olivia. ¿Sos Princesa? –preguntó asombrada, ya no estaba asustada, era una simple muñeca de papel. Pensó en aquella Torre de Papel con juguetes, golosinas y muchas cosas mas.
-Si. ¿Querés conocer de donde vengo? Es un mundo fascinante lleno de magia, donde todo es de papel y tiene vida. Mi torre está repleta de juegos, golosinas, tortas… hasta podemos hacer una fiesta de té, tengo todo preparado. Podés ser mi doncella ¿querés?
-¡Si! Quiero. Dale vamos. –exclamó con alegría. Sería una doncella como en los cuentos de su abuela.
-Bueno, entonces cierra los ojos y cuando yo te diga das un paso hacia delante y dos pasos hacia atrás, tres veces, ¿si? –dijo la princesa Bernadette.
-¡Sí! –exclamó feliz.
-Ahora da los pasos. –le dijo mientras Olivia comenzaba con aquellos pasos tal cual la princesa le había dicho. Con el último paso, una brisa peinó sus cabellos y escuchó la voz de Bernadette. –Abre tus ojos.

La doncella Olivia y Bernadette se encontraban en medio de un claro rodeado de árboles de papel. La princesa había dejado de ser una pequeña muñeca, en su tierra, era aún mas alta que la niña. En aquel lugar parecía una majestuosa reina. Comenzaron a caminar entre los árboles de papel glacé hasta que llegaron al límite del bosque que estaba en lo alto de una colina. Desde allí, miraron todo alrededor. A lo lejos había una torre alta de papel que se perdía entre las nubes. Un jardín de flores multicolores rodeaba la torre, donde una fuente lanzaba chorros de agua de papel azul transparente. Mas allá se podía observar un laberinto de arbustos altos como la princesa. En el centro de ese lugar se podía ver un círculo limpio con un fulgor azulado. Olivia no quiso preguntar sobre esa luz para no quedar como curiosa. Bajaron la colina hasta la entrada del jardín. Era magnífica, rejas de papel forjado con arabescos que nunca antes había visto. Estaba fascinada, saltaba y danzaba de alegría por estar en ése lugar tan espléndido. Su sonrisa se había convertido en una gigantesca mueca de alegría. Bernadette la observaba sonriente y atenta a los movimientos de la niña. El sendero era largo y sinuoso. A los costados una serie de estatuas de niños la miraban. Olivia dejó de danzar y miró esas rígidas esculturas de papel que sobre un pedestal la invitaban a mirarlas como si quisieran decirle algo. Algo importante.

-Son todos niños. –observó Olivia.
-Sí, es que me encantan los niños. –rió la princesa.
-Allá hay un pedestal que no tiene escultura. Creo que está escrito algo y tachado. –notó la niña mientras daba saltos para acercarse más y así leer lo que había sido tachado. Antes que pudiese llegar, Bernadette, se paró delante de aquel pedestal en un abrir y cerrar de ojos, tapandolo todo.
-No te preocupes, pronto tendré otra. Es que… se me acabó el papel mágico para las esculturas y todavía no pude ir al Mercado del Papelero Mágico. –respondió astutamente.
-Ah, ¿queda lejos ese mercado? –preguntó mientras intentaba ver detrás de lo que el vestido de la princesa ocultaba.
-Sí, hay que cruzar las montañas hasta el Pueblo Títere y viajar por el Río Maché hasta el Desierto de los Extravaganzas y seguir hasta la Puerta del Rompecabezas que es donde el Soldado Papel Condecorado te guía hasta la entrada del Mercado.
-Parece muy lejos. ¿Podemos ir? Quiero conocer todo este reino de papel. Me encanta. –sonrió la niña intentando ver lo que la princesa ocultaba.
-Bueno, está bien, pero después de nuestra tarde de té. ¿Querés? Tengo todo preparado en el jardín de mi torre, donde bajo un alero una mesa de dulces nos esperan. –dijo la princesa guiñándole un ojo a la pequeña. Luego tomándola del hombro la condució hasta la Torre donde bajo un alero efectivamente una mesa con dulces, tortas, masas secas, alfajores y golosinas de todos los sabores las esperaban. Los ojos de Olivia se abrieron al ver tantas cosas ricas sobre la mesa. Recorrió toda la mesa mirando de cerca cada una de las sabrosas golosinas. No lo podía creer, todas esas ricuras para ella sola. Las volvió a mirar y con un poco de tristeza notó que también eran de papel. Pero antes que Olivia pudiese preguntarle sobre la comida, Bernadette le respondió. –No te preocupes, parecen de papel pero tienen sabor a comida de verdad. Es que es el papel mágico que te conté. ¿Te acordás?
-Sí. ¡Que rico! ¿Puedo comer?
-Claro, siéntate y disfruta de todo mientras voy a buscar lo más importante. –dijo la princesa yendo dentro de la Torre.
-¿Qué es mas importante que todas estas golosinas? –preguntó.
-El té sabor a multicolores mágico. Te va a encantar.
-Buen… munch… ísim… munch… o. –exclamó la niña mientras comía una porción de torta de merengue mágico.

Una vez dentro de la Torre, la princesa se dirigió hacia la cocina donde preparó el té con los condimentos mágicos que siempre le daba a los niños. Mientras tanto, la niña continuaba comiendo a diestra y siniestra cuantas golosinas, tortas y alfajores podía. De la nada, escuchó una voz.

-El té no es bueno.
-¿Quién dijo eso? –preguntó la niña mientras sus ojos giraban hacia todos lados.
-Fui yo. –dijo un pez que apareció de la nada.
-¿Un pez que habla? Este lugar es maravilloso. –dijo contenta mientras comía alfajores.
-Deberías tener más cuidado. La princesa no es buena, ella te quiere para hacerte estatua como hizo a los demás niños. –dijo el pez girando a su alrededor.
-¿Qué? No puede ser, ella es muy buena, mirá toda la comida que me preparó, además que me puede hacer, es de papel. –respondió. A lo lejos unos pasos se escucharon y el pez desapareció entre burbujas.
-Todo lo que brilla no es oro. –dijo por último la voz.
-¿Con quien hablabas mi pequeña Olivia? –preguntó dulcemente mientras traía en sus manos una bandeja con una tetera y una taza.
-Con un pez dorado.
-¡¿Qué te dijo?! –gritó enojada. –Perdón, es que me ponen mal muchos de los habitantes de este reino.
-¿Por qué? –preguntó curiosa.
-Es que las princesa somos las mas envidiadas. Todos te van a hablar mal de mí porque no soportan que sea una princesa y ellos no. Tienes que tener cuidado, te van a decir mentiras. Por eso siempre estoy haciendo amigos… me siento sola.
-Ya no estás mas sola, acá estoy yo. –rió viendo cómo le servía el té.
-Tómalo todo, así podrás seguir comiendo. Como es mágico, nunca se va a acabar y nunca te vas a empachar. Hasta la última gota. –explicó.
-Mmm, que rico. –dijo la niña mientras sostenía el tazón y sorbió todo el té multicolor.

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