sábado, 18 de diciembre de 2010

Un sonido poco agradable

El sonido cesó, entonces corrió a su habitación donde estaba su libro de notas. Tomó la lapicera y escribió frenéticamente mientras recordaba aquel sonido. Le había dado escalofríos pero no tuvo miedo. Seguro había sido el viento azotando las ramas de los árboles ya secas por el otoño, se convenció.
Terminó de escribir el mensaje y quedó perplejo cuando volvió a escuchar los arañazos de las ramas sobre la ventana. Se acercó a la ventana de su habitación con la lapicera en la boca. Sólo la oscuridad nocturna iluminada por la luna y alguna que otra luz de los pórticos de sus vecinos. Volvió a sonar aquel mismo sonido. Esta vez, sí sabía de donde provenía. La ventana junto a la puerta de entrada. Le pareció extraño ya que no había ni árboles ni arbustos tan cerca como para hacer semejantes arañazos sobre el vidrio. Quizás algún gracioso o peor aún, pensó, alguna persona que había dado con su domicilio. No podía ser se dijo. Aquella hipótesis era descabellada. Había tomado todos los recaudos posibles para que nadie diese con él. Hasta tal punto que no había hecho amigos en el barrio. Se había mantenido alejado de relacionarse con sus vecinos y hasta compraba sus alimentos en otro barrio alejado donde nadie nunca podría conocerlo.
La preocupación lo había asaltado completamente. Tenía miedo. Su mente iba y venía por todos aquellos rostros que alguna vez había visitado en sus casas para exhortarlos a hacer lo correcto. Sonrió cuando pensó en la palabra correcto. Con el siguiente sonido, sus nervios se crisparon a tal punto que tomó la escoba en sus manos a modo de defensa. Un nombre resonó como eco en su cabeza, Irma Bulacio.
Irma Bulacio era una jubilada de 80 años que vivía en Recoleta que aceptó sus palabras y no volvió a saber de él ni él de ella. Pero seguro estaría en algún asilo del Estado. Era una anciana decrépita. Recordó la última vez que fue a visitarla. Fue fácil convencerla, salió feliz y con la panza llena después de todo un festín. Ella no podía ser pero con cada sonido que retumbaba por toda la casa, su imagen golpeaba y se calaba más profundamente. Era como si ella misma estuviese abofeteándolo en persona. Si era ella no podría hacer nada, era una anciana débil y sin familia. Si la asustaba de seguro sufriría un infarto, la tarea era fácil. Se animó a enfrentarla.
Miró através de la mirilla de la puerta. Nada ni nadie. El sonido volvió a repetirse. Sonido agudo, calador y mortificante. Comenzó a odiarlo a tal punto que destrabó la puerta y de un tirón que casi desconyuntura las bisagras de la puerta con un grito rabioso salió al umbral esperando encontrar a esa anciana decrépita. Nada. Silencio y oscuridad. Noche y frío de otoño. Escalofrío y taquicardia. Dolor en el pecho y desvanecimiento.

Irma lo observaba desde su silla de ruedas. Otra persona a su lado meneaba su cabeza mientras observaba semejante imagen lastimosa. Un hombre yaciendo en el sucio piso de las consecuencias de sus actos. Irma tomó el bastón que estaba acostado sobre su falda y se levantó hacia el cuerpo que comenzaba a recobrarse. El otro hombre, rubio y esbelto, penetró con sus ojos azules el alma de Carlos Roberto DoBallesteros. El saco de mugre tirado sobre el piso gimió y se retorció. Aquellos ojos indagaban por una pizca de arrepentimiento. Vacío. La anciana se arrodilló a duras penas y colocó su mano sobre la cabeza del caído. Habló sin emitir sonido mas se escuchó en el vacío nocturno un "te perdono". El rubio levantó a la anciana devenida en una jóven coqueta de veintitantos años y la apartó hacia un lado. Tomó a Carlos Roberto que no comprendía que estaba suscediendo.
Sentado en la silla de ruedas de la ancianita, Carlos Roberto se aferró al brazo fornido del hombre que al girar logró desprenderse de él. Mas un último manotazo logró apresar algo. El rubio fuerte sintió una pinchazo, como si un mosquito lo hubiere picado.
Carlos miró su mano. Una pluma blanca que comenzó a desvanecerse hasta desaparecer completamente. Al querer asegurarse de lo que había visto, el hombre y la jóven Irma ya no estaban. Su cuerpo devenido viejo y su mente comprendieron al fin.

La hoja que había sido escrita frenéticamente por Carlos Roberto, yacía en el piso de su habitación. En ella versaba un nombre y unos números...

...Jeremías 21:14.

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