jueves, 20 de enero de 2011

Muñeca de Papel | Parte 4

Rosita salió corriendo hacia atrás, quiso escapar mientras el calamar con su único ojo dejaba caer sus tentáculos sobre ella y mientras el pez que intentaba hacer una burbuja de acetato como hizo con el León. Cada tentáculo que caía cerca de ella era como un terremoto. Con cada golpe sobre el piso, la niña rebotaba en el aire varios segundos. Sorteaba obstáculos y esquivaba los brazos pegajosos del calamar mientras la Princesa reía a carcajadas. El pez tuvo que huir aleteando por entre los huecos de la maraña de tentáculos. Mientras Rosita escapaba de aquel monstruo marino, no notó que un grupo de muñecos de papel con tambores negros obstruía su huída. Al verlos frenó de golpe. Sus pies quedaron flotando mientras un tentáculo la atrapó. Sus pies patalearon queriendo quedarse en el suelo mientras que sus brazos intentaban liberarse. Comenzó a gritar pidiendo la ayuda de su amigo que luchaba con los muñecos tamborileros metiéndolos en burbujas de acetato.

Una sombra comenzó a cubrir el rostro del calamar que con su único ojo la miraba como a una porción de torta. Su boca con colmillos se abrió como un ventanal. Su lengua color roja de papel metalizado reflejaba la cara asustada de Rosita. La niña miró directamente hacia ese reflejo y notó que una sombra oscura se acercaba agrandándose cada vez mas. Miró al cielo, hacia donde esa sombra negra provenía. El León del Laberinto había derretido la burbuja y caía por los aires. El calamar no lo había notado y el cuerpo fornido del León caía directo hacia él. Rosita estaba cada vez mas cerca de sus fauces. Se relamía cuando el cuerpo del León golpeó directamente en el único ojo que tenía haciendo que sus tentáculos se estremeciesen y soltasen a Rosita. Y con el rebote, el León terminó golpeando y rompiendo una de las ventanas de la Torre de Papel de la Princesa derrumbándola por completo. Al ver eso, la princesa gritó enojada maldiciendo al León que yacía bajo los escombros de papel de lo que alguna vez fue una torre lujosa de papel maché.

En la caída, el Sello Dorado resbaló de su mano. Intentó alcanzarlo en el aire pero fue en vano. La cara del Sello cayó sobre uno de los tentáculos del calamar gigante que gemía por el golpe en el ojo. Al instante el Calamar se convirtió en una estatua. Rosita miró boquiabierta la marca que el sello había dejado… un pez dorado. Sus tentáculos púrpuras comenzaron a transformarse en un gris plomo con vetas negras simulando las estatuas de papel de los niños.

El pez dorado logró atraparla con una burbuja antes que cayera al piso. Explotada la burbuja, la niña corrió hacia el Sello que estaba entre unos pasto de papel lejos del alcance de la princesa. Bernadette estaba dura del asombro. La niña, supo que era lo que tenía que hacer y la malvada princesa comenzó una carrera impiadosa al igual que la niña. La meta la alcanzó entre saltos y piruetas eludiendo tentáculos y pastos malos mientras que su competidora cruzaba a grandes pasos desesperados desde la otra punta del jardín. En cada paso que hacía, nuevos pastos malos con espinas salían por todos lados queriendo impedir el triunfo de Rosita. Algunas espinas arrancaron pedazos de tela de su vestido. El pez continuaba luchando contra aquellos muñecos que habían cambiado su atención y se dirigían en busca del Sello y la niña.
En un esfuerzo de velocidad y agilidad de cuerpo, Rosita llegó segundos antes que la princesa. Y tomando con su mano izquierda el Sello, rodó por entre las piernas de la princesa escapando de sus garras. Espalda con espalda. Ambas giraron y el duelo comenzó.

-¡Es mío! Dámelo y dejaré ir a tu nieta. –dijo entre dientes la princesa.
-No te creo. El Pez Dorado siempre tuvo la razón, nunca fuiste de fiar, debí haberlo escuchado antes. Y este es el momento de ponerle fin a tus maldades. –replicó Rosita con decisión.
-¿Acaso crees que podrás convertirme en estatua como a mi mascota? Jajaja, que ilusa. Soy mas poderosa…
-No lo creo. –interrumpió sarcásticamente mientras varios muñecos se acercaban para apresarla. Giró y de tres golpes convirtió a tres muñecos en simples esculturas de papel. Al ver esto, los demás muñecos huyeron despavoridos.
-No puedes hacer nada… yo… -sin terminar de decir palabra alguna, la princesa intentó salir corriendo por el sendero de estatuas El León rugiente la estaba mirando con ojos de fuego junto al Pez Dorado que burbujeaba globos de acetato transparente impidiendo su huída. -…no, no puedo terminar así. Soy una princesa.
-Ya no. –dijo Rosita mientras sellaba a la princesa de un simple y dulce golpe en la nalga izquierda.
-Esto es suyo Señor León, sólo lo tomé para salvar a mi nieta. –dijo mientras se le acercaba.
-No te preocupes. Ya lo sabía. –repuso el León.
-Antes quisiera probar algo, ¿puede ser? –preguntó Rosita.
El León dejó que Rosita siguiera sus instintos. Caminó hasta las estatuas de los niños y miró detenidamente a su nieta. La observó un poco mas y tomando el Sello con ambas manos, cerró los ojos y selló la frente de la estatua Olivia. Sus ojos se mantuvieron cerrados unos segundos antes de abrirlos para descubrir que nada había pasado. Algo dentro de ella sabía que no lograría convertirla en una niña de carne y hueso. Se sentó sollozando en cuclillas. El pez dorado acercó su rostro y con un beso en la mejilla las lágrimas se evaporaron.
-No temas niña, tu valor, audacia y determinación te valieron un premio aún mayor. Simplemente cree en mí y mis milagros... yo nunca te dejaré de lado. ¿Crees en mis palabras? –preguntó el pez.
-Sí, creo en tus palabras. –respondió.

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