miércoles, 5 de enero de 2011

Muñeca de Papel | Parte 1

Las escaleras de la torre se habían convertido en una historia sin fin, como una cinta eterna. Una niña corría bajando aquella escalera. Los escalones se tambaleaban bajo sus pies y mas de una vez estuvo cerca de caer rodando. Una llave plateada estaba prisionera en su mano derecha. Su respiración era entrecortada y su rostro estaba blanco como un susto. La niña comprendió por primera vez lo que era huir por su vida. Debía llegar cuanto antes al umbral que la había visto cruzar. No estaba cerca pero debía lograrlo. Aún tenía pedazos de papel amarrados a sus brazos que intentaba sacarse mientras bajaba por aquella torre.
Bajó los siete pisos de la Torre de Papel.
La puerta principal quiso impedir que saliera con trabas que cerraban su paso. Sería apresada por siempre. Un brillo dorado proveniente del exterior derrumbó aquella puerta convirtiéndola en papel picado.
Y allí lo encontró, esperando por ella para salvarla. Flotando en medio del aire liviano de aquel lugar. Esperando por una pequeña niña que depositó su confianza sin haberlo conocido antes. Sólo había bastado una mirada de inocencia para darse cuenta que siempre podría contar con él. Un pez dorado de papel glacé.

-Sube a mi lomo. Te llevaré hasta el umbral. –dijo el pez mientras que se agrandaba su cuerpo.
-Gracias.–dijo la niña mientras saltaba desde los escalones del pórtico hasta el lomo del pez.
-En marcha. –dijo burbujeante.

El pez remontó vuelo a través de las nubes, cruzando toda la tierra. Abajo se podían ver todas las regiones de aquel mundo de paisajes de papel doblado. Cruzó las nubes de papel secante y atravesó el cielo hasta llegar a un desierto blanco. Mientras descendían, un corte en el paisaje se abría como una hendidura hecha por una filosa hoja de trincheta. Una línea vertical se abrió iniciándose desde el piso hasta una altura prudente donde giró hacia la derecha formando una “L” al revés. Cuando arribaron, el corte se había hecho completo. La lamina cortada de paisaje se tambaleó y cayó suavemente formando una onda hasta convertirse en una especie de puente. Bajo el puente, una cinta celeste apareció como formando un pequeño riacho de peces multicolores. Mientras Rosita miraba cómo todo esto sucedía, una ráfaga helada cruzó frente a ella. Retrocedió.
Allí frente al puente, un muñeco con un tambor negro se interpuso en su camino. El pez, emitió una burbuja de acetato transparente hacia aquel muñeco ciego que repiqueteaba cada vez mas fuerte su tambor. La niña estaba hipnotizada por los sonidos graves del tambor. La burbuja lo atrapó y el sonido del tambor cesó elevando al muñeco hacia el cielo.
La niña volvió en sí y vió cómo el muñeco se alejaba surcando aquellos cielos de colores. El pez la incitó a cruzar el umbral. Intentó cruzar pero no pudo. Con cada intento se golpeaba con una lamina invisible. El pez extrañado pero inteligente y rápido como una liebre, emitió de su boca una burbuja que atrapó a la niña dejando caer la llave al riacho. La llave se perdió en el fondo mientras un cardúmen de peces de colores se arremolinaba a su alrededor. Con un soplo de brisa de los labios del pez, la burbuja con la pequeña dentro cruzó el umbral.

La habitación había vuelto a la normalidad. Cayó sobre el tapete después que la burbuja desapareciera. El cofre de madera con incrustaciones de bronce se cerró de golpe. El cerrojo se trabó dejándolo completamente sellado. Estaba a salvo. Ya no tenía porqué huir. Ahora debía poner manos a la obra y terminar con aquello. Salió corriendo de la habitación como un rayo y se dirigió hacia el galpón. Tomó todos los elementos que necesitaba y puso manos a la obra. Pegamento y empapelado. Comenzó a empapelar tapando la pared y la puerta convirtiendo esa habitación en un lugar olvidado y sepultado. Cansada escuchó la voz de su madre que la invitaba a tomar la merienda. Café con leche y tostadas untadas con manteca y miel. Pronto aquel episodio en la vida de Rosita quedaría olvidado y sellado como aquella habitación de su casa.

Continuará...

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